Si queremos liberar almas del Purgatorio la Misa es el arma mas poderosa que tenemos.
No importa que sacrificio hagamos, ni cuanto dinero demos en limosna, ni que numerosas oraciones recemos, nada supera a la misa, porque en ella se encuentra el supremo sacrificio de Cristo en el cual nos unimos a sus méritos que fueron suficientes y capaces de perdonar todas las ofensas desde el principio del mundo hasta el final, semejante merito infinito es el que atamos a nuestro pedido por el alma que deseamos favorecer.
Por eso nuestra primera y más grande opción para ayudar a un alma es rezar una misa por ella. Luego buscarle una indulgencia plenaria pero siempre es uno de sus requisitos la eucaristía la cual se recomienda en la misa.
La misa tiene valor supremo porque en vez de ofrecer nuestro endeble sacrificio ofrecemos el infinito sacrificio de Cristo en la Cruz, el más poderoso y meritorio de todos los sacrificios tan grande que ni la suma de los sacrificios hechos por el hombre a lo largo de toda la historia ni siquiera se le acercan en valor.
Misas Gregorianas
Las Misas Gregorianas es una serie de Santas Misas que tradicionalmente se ofrecen en 30 días consecutivos tan pronto como sea posible después del fallecimiento de una persona.
Estas Misas son ofrecidas individualmente por el alma de una persona.
Esta tradición provienen del Papa San Gregorio Magno, que, siendo todavía abad de un monasterio, antes de ser Papa, había en el mismo un monje llamado Justo, que ejercía con su permiso la medicina.
Una vez, había aceptado sin su permiso una moneda de tres escudos de oro, faltando gravemente así al voto de pobreza. Después se arrepintió y tanto le dolió este pecado que se enfermó y murió al poco tiempo, pero en paz con Dios.
Sin embargo, San Gregorio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado, lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los religiosos las palabras de San Pedro a Simón mago: “Que tu dinero perezca contigo “.
A los pocos días, pensó que quizás había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó al ecónomo mandar celebrar treinta misas seguidas, sin dejar ningún día, por el alma del difunto.
El ecónomo obedeció y el mismo día que terminaron de celebrar las treinta misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al cielo, libre de las penas del purgatorio, por las treinta misas celebradas por él.
Estas misas, se llaman ahora, en honor de San Gregorio Magno, misas gregorianas. Estas treinta misas seguidas, celebradas por los difuntos, todavía se acostumbra celebrarlas y, según revelaciones privadas, son muy agradables a Dios.
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