De las 7 a las 8 de la mañana
Preparación para antes de cada hora.
¡Oh, Señor mío Jesucristo!, postrado ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo Corazón que quiera admitirme a la dolorosa meditación de las 24 Horas de tu Pasión, en las que por amor nuestro quisiste sufrir tanto en tu cuerpo adorable y en tu alma santísima, hasta llegar a la muerte de cruz. ¡Ah!, ayúdame, dame tu gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos, mientras medito la hora de las 06 a las 07.
Y por aquellas horas que no puedo meditar, te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y es mi intención meditarlas durante todas aquellas horas en las que estoy obligado a ocuparme de mis deberes o a dormir. Acepta, ¡oh misericordioso Jesús mío, Señor!, mi amorosa intención, y haz que sea de provecho para mí y para muchos como si efectivamente hiciera santamente todo lo que quisiera practicar.
Te doy gracias, ¡oh Jesús mío!, por haberme llamado a unirme a ti por medio de la oración; y para complacerte todavía más, tomo tus pensamientos, tu lengua, tu Corazón y con ellos quiero orar, fundiéndome del todo en tu Voluntad y en tu amor; y extendiendo mis brazos para abrazarte, apoyo mi cabeza sobre tu Corazón y empiezo…
Encadenado Bien mío, tus enemigos unidos a los sacerdotes, te presentan ante Pilato y fingiendo santidad y escrupulosidad, ya que están por celebrar la Pascua, permanecen fuera en el atrio. Y tú, Amor mío, viendo el fondo de su malicia, reparas por todas las hipocresías de quienes son religiosos. También yo reparo contigo.
Pero mientras tú te ocupas de hacerles bien, ellos por el contrario dan inicio a sus acusaciones ante Pilato, vomitando todo el veneno que tienen contra ti. Pero Pilato, mostrándose insatisfecho por las acusaciones que te hacen y para poder condenarte con motivo, te llama aparte y a solas te examina y te pregunta:
« ¿Eres tú el Rey de los Judíos? ».
Y tú, Jesús mío, verdadero Rey mío, respondes:
« Mi Reino no es de este mundo, de lo contrario, miles de legiones de ángeles me defenderían ».
Y Pilato, conmovido por la suavidad y la dignidad de tus palabras, sorprendido, te dice:
« ¿Cómo, tú eres Rey? ».
Y tú:
« Yo lo soy, como tú dices, y he venido al mundo para enseñar la verdad ».
Y Pilato, sin querer saber más y convencido de tu inocencia, sale a la terraza y dice:
« Yo no encuentro culpa alguna en este hombre ».
Los judíos, enfurecidos, te acusan de tantas otras cosas y tú callas, no te defiendes, y reparas las debilidades y las injusticias de los jueces cuando se hallan ante los poderosos de la tierra, y ruegas por los oprimidos y los abandonados.
Entonces, viendo Pilato la rabia de tus enemigos, para desentenderse, te envía a Herodes.
Divino Rey mío, quiero repetir tus oraciones, tus reparaciones y quiero acompañarte hasta donde se encuentra Herodes. Tus enemigos enfurecidos quisieran devorarte vivo, y en medio de insultos, de burlas y risas te hacen llegar ante Herodes.
Herodes se llena de orgullo y te hace muchas preguntas, pero tú no respondes y ni siquiera lo miras. Y Herodes irritado por no poder satisfacer su curiosidad y sintiéndose humillado por tu prolongado silencio, declara públicamente que tú eres un loco sin juicio, y ordena que como tal seas tratado, y para burlarse de ti, manda que te pongan una vestidura blanca y te entrega a los soldados para que te maltraten del peor modo posible.
Inocente Jesús mío, nadie puede hallar culpa alguna en ti, solamente los Judíos, porque su afectada religiosidad no merece que resplandezca en sus mentes la luz de la verdad.
Jesús mío, Sabiduría infinita, ¡cuánto te cuesta haber sido declarado loco! Los soldados abusando de ti, te arrojan al suelo, te pisotean, te escupen, se burlan de ti, te dan bastonazos y recibes tantos golpes que te sientes morir. Son tantas y tales las penas, los oprobios y las humillaciones que recibes, que los ángeles lloran y con sus alas se cubren el rostro para no seguir viendo.
Yo también, mi loco Jesús, quiero decirte loco, pero loco de amor. Y es tan grande tu locura de amor, que en vez de ofenderte, oras y reparas por las ambiciones de los reyes que desean poseer más reinos para ruina de los pueblos; por las destrucciones que provocan, por toda la sangre que se derrama por su causa, por sus caprichos, por todos sus pecados de curiosidad y por todos los pecados que se cometen en las cortes y en la milicia.
¡Oh Jesús mío, qué impresión causa el verte orar y reparar en medio de tantos ultrajes! Tus palabras hacen eco en mi corazón y voy siguiendo lo que tú haces. Y ahora deja que me ponga a tu lado, que tome parte en tus penas y que te consuele con mi amor; y alejando de ti a tus enemigos, te tomo entre mis brazos para darte fuerzas y besarte la frente.
Dulce Amor mío, veo que no te dejan en paz y Herodes te envía de nuevo a Pilato. Si la venida ha sido dolorosa, el regreso es aún más trágico, pues los judíos se encuentran más enfurecidos que antes y están resueltos a hacerte morir a cualquier precio.
Por eso, antes de que salgas del palacio de Herodes quiero besarte en señal de mi amor en medio de tantas penas; y tú fortifícame con tu beso y con tu bendición y así te seguiré ante Pilato.
Reflexiones y prácticas.
Cuando Jesús es presentado a Pilato, aún hallándose en medio a tantos insultos y desprecios, es siempre dulce, no desdeña a nadie y quiere que en todos resplandezca la luz de la verdad. Y nosotros, ¿sentimos que nos comportamos del mismo modo con todos? ¿Tratamos de vencer nuestras malas inclinaciones cuando alguien no nos simpatiza? Cuando tratamos con los demás, ¿hacemos lo posible por dar a conocer a Jesús y hacer que resplandezca en ellos la luz de la verdad?
« ¡Oh Jesús, dulce vida mía!, pon sobre mis labios tu palabra y haz que yo siempre hable con tu misma boca ».
Cuando Jesús se hallaba ante Herodes, estaba en silencio y vestido como si fuera un loco, sufriendo penas inauditas. Y nosotros, cuando recibimos alguna calumnia o burla, algún insulto o desprecio, ¿nos ponemos a pensar que Jesús quiere hacernos semejantes a él? Cuando sufrimos, cuando nos hacen algo y en todo lo que siente nuestro corazón, ¿nos damos cuenta de que es Jesús que tocándonos nos hace sufrir y que nos está transformando en sí mismo dándonos su semejanza? Y cuando el sufrimiento vuelve a nosotros, ¿pensamos que Jesús al vernos, todavía no está contento con nosotros y por eso nos abraza para poder asemejarnos totalmente a sí mismo? Siguiendo el ejemplo de Jesús ¿podemos decir que poseemos el dominio sobre nosotros mismos? ¿Que en las contrariedades en vez de responder preferimos callar? ¿Nos dejamos vencer alguna vez por la curiosidad?
En cada pena que podamos sufrir, es necesario que pongamos la intención de que ésta es una vida que le damos a Jesús para pedir almas; y poniendo a las almas en la Voluntad de Dios, nuestro dolor crea como un cerco en el que encerramos a Dios y a las almas para unirlas todas a Jesús.
« Amor mío y Todo mío, toma tú mismo posesión de mi corazón y tenlo siempre entre tus manos, para que en toda circunstancia pueda copiar en mí tu gran paciencia ».
Acción de gracias para después de cada hora.
¡Amable Jesús mío!, tú me has llamado en esta Hora de tu Pasión para hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte lleno de angustia y de dolor, orando, reparando y sufriendo, y que con tus palabras más conmovedoras y elocuentes suplicabas por la salvación de todas las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte para cumplir con mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte «gracias» y «te bendigo».
¡Sí, oh Jesús!, gracias, te lo repito mil y mil veces, y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos. Gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada pálpito, por cada paso, palabra, mirada, amarguras y ofensas que has soportado. Por todo, ¡oh Jesús mío!, quiero sellarte con un gracias y te bendigo. ¡Ah, Jesús!, haz que de todo mi ser salga hacia ti una corriente continua de gratitud y de bendiciones, para atraer sobre mí y sobre todos la fuente de tus bendiciones y de tus gracias.
¡Ah Jesús mío!, estréchame a tu Corazón y con tus santísimas manos sella todas las partículas de mi ser con tu bendición, para que así no pueda salir de mí más que un himno continuo de amor hacia ti.
Por eso me quedo en ti para seguirte en lo que haces, antes bien, obrarás tú mismo en mí. Y yo desde ahora dejo mis pensamientos en ti para defenderte de tus enemigos, el respiro para cortejarte y hacerte compañía, el pálpito para decirte siempre Te amo y repararte por el amor que no te dan los demás; las gotas de mi sangre para repararte y para restituirte los honores y la estima que te quitarán con los insultos, salivazos y bofetadas, y dejo mi ser para hacerte guardia.
Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones quiero quedarme en tu Corazón. Tengo miedo de salirme de él, pero tú me tendrás en ti, ¿no es así? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de modo que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión contigo. ¡Ah, te suplico, oh Jesús mío!, si ves que alguna vez estoy por apartarme de ti, que tus latidos se hagan más fuertes en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a tu Corazón, que tus ojos me miren y me hieran con sus saetas de fuego, para que al sentirte, de inmediato yo me deje atraer hacia ti y así no se rompa nuestra íntima unión. ¡Oh Jesús mío!, hazme la guardia para que no vaya a hacer alguna de las mías. Bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo todo lo que yo debo hacer.
De las 08:00 a las 09:00
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