De las 4 a las 5 de la mañana
Preparación para antes de cada hora.
¡Oh, Señor mío Jesucristo!, postrado ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo Corazón que quiera admitirme a la dolorosa meditación de las 24 Horas de tu Pasión, en las que por amor nuestro quisiste sufrir tanto en tu cuerpo adorable y en tu alma santísima, hasta llegar a la muerte de cruz. ¡Ah!, ayúdame, dame tu gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos, mientras medito la hora de las 04 a las 05.
Y por aquellas horas que no puedo meditar, te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y es mi intención meditarlas durante todas aquellas horas en las que estoy obligado a ocuparme de mis deberes o a dormir. Acepta, ¡oh misericordioso Jesús mío, Señor!, mi amorosa intención, y haz que sea de provecho para mí y para muchos como si efectivamente hiciera santamente todo lo que quisiera practicar.
Te doy gracias, ¡oh Jesús mío!, por haberme llamado a unirme a ti por medio de la oración; y para complacerte todavía más, tomo tus pensamientos, tu lengua, tu Corazón y con ellos quiero orar, fundiéndome del todo en tu Voluntad y en tu amor; y extendiendo mis brazos para abrazarte, apoyo mi cabeza sobre tu Corazón y empiezo…
Vida mía, dulcísimo Jesús, mientras duermo abrazado a tu Corazón, siento frecuentemente las punzadas de las espinas que hieren tu Sacratísimo Corazón; y queriéndome despertar, para que haya al menos uno que se dé cuenta de todas tus penas y que te compadezca, me estrecho aún más fuertemente a tu Corazón, y sintiendo más a lo vivo tus punzadas, me despierto; pero, ¿qué veo?, ¿qué siento? Quisiera esconderte dentro de mi corazón para ponerme yo en tu lugar y recibir sobre mí penas tan dolorosas, insultos y humillaciones tan increíbles. ¡Sólo tu amor podía soportar tantos ultrajes! Pacientísimo Jesús mío, ¿qué podías esperar de gente tan inhumana?
Se divierten contigo y te cubren el rostro de salivazos. La luz de tus bellísimos ojos queda eclipsada por los salivazos, y llorando a cataratas por nuestra salvación, se te limpian los ojos de aquellos salivazos; pero aquellos malvados, no soportando su corazón el ver la luz de tus ojos, vuelven otra vez a cubrirlos de salivazos… Otros, volviéndose más atrevidos en el mal, te abren tu dulcísima boca y te la llenan de repugnantes salivazos, tanto que hasta ellos mismos sienten la nausea; y puesto que esos salivazos, escurriendo en parte, muestran un poco la majestad de tu rostro santísimo y de tu sobrehumana dulzura, se estremecen y se avergüenzan de sí mismos… Y para sentirse más libres te vendan los ojos con un trapo repugnante, para así poder desenfrenarse del todo sobre tu adorable persona; de manera que te golpean sin piedad, te arrastran, te pisotean, vuelven a descargar puñetazos y bofetadas sobre tu rostro y por toda la cabeza, arañándote y jalándote de los cabellos, empujándote de un lado para otro…
Jesús, Amor mío, mi corazón no resiste al verte en medio de tantos tormentos. Tú quieres que ponga atención a todo, pero yo siento que quisiera cubrirme los ojos para no ver escenas tan dolorosas que hacen arrancar el corazón del pecho; pero me siento obligado por tu amor a seguir viendo lo que te sucede.
Y veo que no abres la boca, no dices una sola palabra para defenderte, estás en las manos de estos soldados como si fueras un trapo con el que pueden hacer todo lo que quieren; y al verlos arrojarse sobre ti, temo que mueras bajo sus pies.
Bien mío y todo mío, es tanto el dolor que siento por tus penas, que quisiera gritar tan fuerte que mis gritos llegaran hasta el cielo, para llamar al Padre y al Espíritu Santo y a todos los ángeles; y aquí, de un extremo a otro de la tierra, llamaré primero a nuestra dulce Madre y luego a todas las almas que te aman, para que haciendo un cerco a tu alrededor, impidamos que puedan pasar estos insolentes soldados para insultarte y atormentarte; y junto contigo reparemos todos los pecados nocturnos de toda clase, especialmente los que cometen los sectarios sobre tu persona sacramental durante las horas de la noche y todas las ofensas de las almas que no se mantienen fieles en la noche de la prueba.
Pero veo, ¡oh insultado Bien mío!, que los soldados, cansados y borrachos, quieren descansar, y mi pobre corazón, oprimido y lacerado por tantas penas tuyas, no quiere quedarse solo contigo, siente necesidad de otra compañía: « ¡Ah, dulce Madre mía!, sé tú mi inseparable compañía. Me estrecho fuertemente a tu mano materna y te la beso, y tú, fortaléceme con tu bendición, y abrazándonos a Jesús apoyemos nuestra cabeza sobre su Corazón tan adolorido para consolarlo ».
¡Oh Jesús!, te beso y te bendigo junto con tu Madre Santísima y unido a ella dormiremos el sueño del amor sobre tu adorable Corazón.
Reflexiones y prácticas.
Jesús en esta hora se encuentra en medio de los soldados con ánimo imperturbable y con una constancia de hierro. Como el Dios que es, sufre toda clase de abusos de parte de los soldados y él, en cambio, los mira con tanto amor, que parece como que los invita a que lo hagan sufrir aún más.
Y nosotros, cuando sufrimos constantemente, ¿somos constantes o más bien nos lamentamos, nos fastidiamos, perdemos la paz, esa paz del corazón que se necesita para que Jesús pueda hallar en nosotros su feliz morada?
La firmeza es esa virtud que nos da a conocer si es Dios quien verdaderamente reina en nosotros; si la nuestra es verdadera virtud, nos mantendremos firmes durante la prueba y no periódicamente, sino constantemente: solamente la cruz nos puede proporcionar esta firmeza. Conforme crece nuestra firmeza en el bien, en el sufrir, en el obrar, va creciendo también en nosotros el lugar en donde Jesús podrá hacer crecer sus gracias. Así que si somos inconstantes no habrá lugar en nosotros en donde Jesús pueda extender sus gracias; si en cambio nos mantenemos firmes y constantes, hallando Jesús un gran espacio en nosotros, hallará dónde apoyarse y sostenerse, y dónde multiplicar sus gracias.
Si queremos que nuestro amado Jesús descanse en nosotros, circundémoslo con esa misma firmeza con la que él mismo hizo todo por la salvación de nuestras almas. Estando así defendido, podrá permanecer en nuestro corazón en un dulce reposo.
Jesús miraba con amor a quienes lo maltrataban; y nosotros, ¿miramos con ese mismo amor a quienes nos ofenden? ¿El amor que les mostramos es tanto que llega a ser una potente voz para sus corazones y que hace que se conviertan y que vuelvan a Jesús?
« Jesús mío, Amor sin límites, dame tu amor y haz que cada pena que yo sufra sea una llamada a las almas para que vuelvan a ti ».
Acción de gracias para después de cada hora.
¡Amable Jesús mío!, tú me has llamado en esta Hora de tu Pasión para hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte lleno de angustia y de dolor, orando, reparando y sufriendo, y que con tus palabras más conmovedoras y elocuentes suplicabas por la salvación de todas las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte para cumplir con mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte «gracias» y «te bendigo».
¡Sí, oh Jesús!, gracias, te lo repito mil y mil veces, y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos. Gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada pálpito, por cada paso, palabra, mirada, amarguras y ofensas que has soportado. Por todo, ¡oh Jesús mío!, quiero sellarte con un gracias y te bendigo. ¡Ah, Jesús!, haz que de todo mi ser salga hacia ti una corriente continua de gratitud y de bendiciones, para atraer sobre mí y sobre todos la fuente de tus bendiciones y de tus gracias.
¡Ah Jesús mío!, estréchame a tu Corazón y con tus santísimas manos sella todas las partículas de mi ser con tu bendición, para que así no pueda salir de mí más que un himno continuo de amor hacia ti.
Por eso me quedo en ti para seguirte en lo que haces, antes bien, obrarás tú mismo en mí. Y yo desde ahora dejo mis pensamientos en ti para defenderte de tus enemigos, el respiro para cortejarte y hacerte compañía, el pálpito para decirte siempre Te amo y repararte por el amor que no te dan los demás; las gotas de mi sangre para repararte y para restituirte los honores y la estima que te quitarán con los insultos, salivazos y bofetadas, y dejo mi ser para hacerte guardia.
Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones quiero quedarme en tu Corazón. Tengo miedo de salirme de él, pero tú me tendrás en ti, ¿no es así? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de modo que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión contigo. ¡Ah, te suplico, oh Jesús mío!, si ves que alguna vez estoy por apartarme de ti, que tus latidos se hagan más fuertes en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a tu Corazón, que tus ojos me miren y me hieran con sus saetas de fuego, para que al sentirte, de inmediato yo me deje atraer hacia ti y así no se rompa nuestra íntima unión. ¡Oh Jesús mío!, hazme la guardia para que no vaya a hacer alguna de las mías. Bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo todo lo que yo debo hacer.
De las 05:00 a las 06:00
Las Horas de la Pasión
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