Cuando morimos tenemos dos destinos luego de nuestro juicio particular, el cielo o el infierno. Sin embargo como nada impuro puede estar en la presencia de Dios existe un paso de purificación para aquellas almas destinadas al cielo pero que aun llevan deudas pendientes.
De donde salen estas ofensas que no nos han merecido el infierno y por qué si Cristo nos ha limpiado con su sangre y su pasión queda alguna ofensa. ¿Acaso Cristo no nos limpia perfectamente?
La respuesta es SI, Cristo nos limpia perfectamente pero nos limpia del pecado contra Dios o sea contra las ofensas a Dios pero nos quedan las ofensas contra los hombres, es decir solo el ofendido puede perdonarnos y si no nos perdonan a quienes hemos hecho mal en la vida, a pesar de no merecer el infierno la justicia infinita de Dios no puede dejarlo pasar y hay que pagar por dicho mal.
Y hay un segundo elemento para limpiar, hay que tener en cuenta que para que sea efectivo el perdón de Dios hay que arrepentirse de la ofensa cometida.
Hay ofensas pequeñas a Dios de las cuales no nos arrepentimos incluso ni siquiera las consideramos ofensas, la Iglesia los llama pecados veniales, un pecado venial no es lo suficientemente grave como para condenarte al infierno pero el hecho de no arrepentirte de él significa que no fue lavado por Cristo y por lo tanto es una mancha que llevamos luego de morir así que aunque el destino sea el cielo se debe purificar.
La tercera mancha que llevamos tiene que ver con el arrepentimiento, existe el arrepentimiento perfecto que se llama contricción. Pero si nuestro arrepentimiento no es perfecto, si lo tomamos a la ligera, no reparamos la ofensa es otra mancha que debemos purificar.
Mientras estamos en la tierra es el tiempo de la gracia es decir, tenemos la oportunidad de reparar, expiar, reconciliarse, y hacer méritos pero una vez muerto es el tiempo de la justicia, ya no se puede pedir perdón solo queda purificarse en dolor y sufrimiento.
Liberando Almas del Purgatorio
Si te preguntas las almas del purgatorio quien las pudiera aliviar, la respuesta es nosotros.
Nosotros que seguimos en la tierra y en el tiempo de gracia no solo podemos arreglar nuestras deudas sino también pagar las deudas de los que están purificandose en el Purgatorio.
Para ello podemos tanto orar como hacer sacrificios como realizar aquellas obras que debieron hacer las animas que están en el purgatorio para pagar su deudas:
La Misa
Las Indulgencias
El Rosario por las Almas del Purgatorio
Oración de los 100 Requiems
Vía Crucis por las Almas del Purgatorio
Coronilla de la Divina Misericordia
Las Horas de la Pasión
Oraciones y Jaculatorias por las Almas del Purgatorio
El año de San José
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Acto Heroíco de Caridad
Toda obra buena que realizamos en el estado de gracia posee un valor triple: Tiene poder meritorio, impetrante y satisfactorio. El valor meritorio de nuestras buenas obras indica su capacidad para ganar un incremento en el mérito, el cual es un derecho a la recompensa celestial. Por consiguiente, toda buena dádiva le gana al que la realiza un incremento en la gloria celestial. Nuestros méritos son incomunicables: no podemos cederlos a los demás.
Las impetraciones y satisfacciones, por el otro lado, sí son aplicables a los demás. El valor impetrante de nuestras buenas dádivas indica su poder para obtener de Dios un poco de su gracia. Como sucede con cualquier oración, podemos ofrecer nuestras impetraciones por los demás. De igual manera, el valor satisfactorio de nuestras buenas obras, que es el poder que poseen para expiar el castigo temporal que se debe al pecado, puede aplicarse a las almas en el purgatorio o pueden usarse para nuestro propio beneficio.
Los sufragios es una palabra usada para incluir tanto las impetraciones como las satisfacciones: el doble valor de nuestras buenas acciones que pueden aplicarse a los demás. Las almas en el purgatorio no pueden orar por sí mismas ni ganar indulgencias, no pueden asistir a misa ni recibir los sacramentos. No pueden sino sufrir para expiar el castigo temporal que se debe a sus pecados. Mediante nuestros sufragios, podemos aliviarles de sus sufrimientos y satisfacer por sus pecados. La caridad cristiana nos inspira, como miembros de la Iglesia militante, a hacer todo lo que podamos por estos nuestros hermanos de la Iglesia purgante.
El acto heroico para las benditas animas del Purgatorio es precisamente la donación total a las almas del purgatorio de todo lo que podemos darles para aliviarlas y en lo posible liberarlas. Tanto los actos en vida como las oraciones y sufragios dirigidos a nosotros en nuestra muerte.
Aunque se puede dejar en manos de la Virgen María la decisión de a quienes aplicarse uno puede dirigirlas hacia cierto grupo de preferencia. Sin embargo dejarlas en manos de la madre de Dios es garantía de que se aprovecharan mejor.
Fórmula del Acto Heroico
Oh santa y adorable Trinidad, deseando cooperar en la liberación de las almas en el purgatorio, y para testificar mi devoción a la Santísima Virgen María, cedo y renuncio en favor de esas santas almas toda la parte satisfactoria de mis obras, y todos los sufragios que puedan dárseme después de mi muerte, y las encomiendo enteramente en las manos de la Santísima Virgen, para que pueda aplicarlas según le plazca a esas almas de los fieles difuntos que desea librar de sus sufrimientos. Dígnate, Dios mío, aceptar y bendecir esta ofrenda que hago para ti en este momento. Amén.
Está formula no es un voto por lo que uno puede voluntariamente renunciar a la entrega y aprovecharlo para uno mismo, tampoco la formula es obligatoria solo basta la voluntad de hacerlo.
Objeciones a esta devoción
Todas las objeciones formuladas contra esta devoción giran en torno al miedo de que, al realizarla, se pone en riesgo la salvación de el alma propia. Ciertos cristianos de buen corazón temen que por tan perfecta renuncia se quedarán sin los auxilios necesarios para la salvación. Asimismo temen que, habiendo sacrificado todos sus sufrimientos, serán condeanados tras la muerte al purgatorio por un tiempo indefinido, quizá hasta el fin del mundo.
El P. Mumford, como lo cita el P. Shouppe en Purgatory, habla de cristianos que hacen esta total donación de todo el fruto de sus buenas obras que se encuentran a su disposición en favor de las pobres almas. Dice: “No creo que puedan hacer mejor uso de ellas, puesto que las vuelven más meritorias y más eficaces, tanto para obtener la gracia divina como para expiar sus propios pecados y acortar su estancia en el purgatorio, o aun de adquirir expiación total de ellos” (pp. 206-7).
Finalmente, no pensemos que nos someteremos a un largo y espantoso purgatorio con esta cesión de nuestros sufragios en favor de los difuntos. Si bien es cierto que, en esencia, esta práctica implica una disposición a asumir las terribles penas del purgatorio por amor del prójimo, es inconcevible que tan generosa alma sea abandonada a un purgatorio largo. Pensar de esta manera, como dice san Luis María de Montfort, es pensar indignamente de Jesús y María.
Este hecho se demuestra con una historia de santa Gertrudis contada por el P. Shouppe. La santa, estando en la hora de la muerte y considerando los pecados de su vida, temía que, habiendo hecho tanto por las almas en el purgatorio, ya hubiera agotado sus satisfacciones y sería abandonada a sufrir mucho en el purgatorio. Nuestro Señor se dignó a aparecérsele a fin de consolarla con estas palabras: “La generosa donación que de todas tus obras has hecho para las santas almas me han agradado singularmente; y para darte prueba de ello, declaro que todas las penas que habrías tenido que perdurar en la otra vida son condonadas; además, en recompensa por tu generosa caridad, de tal manera realzaré el valor de los méritos de tus obras que te aumentarán la gloria en el cielo” (p. 208).